En un lugar muy cerca del Cielo, a sus puertas, se encuentra una recepción...
Esta un chavo, un
aprendiz en el cielo, sentado en una silla y una mesa de recepción, a un lado
de las puertas del Cielo. San Pedro, que tiene las llaves del Reino, le estaba
enseñado el oficio, y dado que San Pedro ostenta el título de heredero de poseer las llaves de Entrada al
Reino de los Cielos, es muy diligente en su labor. Pero como hay muchos
milenios, San Pedro delega su oficio en sus aprendices a la mesa de recepción
en el Reino de los Cielos.
En fin, sentado
ahí los dos, San Pedro y Juanito, el aprendiz, se acercan dos peregrinos
caminando, uno detrás, a unas dos millas, y otro a unos trescientos metros. San
Pedro le dice: “Recuerda, hijo mío; a los que escojan la Biblia, les das la
entrada jalando esta palanca blanca a tu derecha; y con esa palanca, se abrirán
las puertas de los Cielos y entraran. A los que escojan los Petrodólares, rápidamente
apachurras este botón rojo a tu izquierda, y los envías al infierno con este botón
ROJO, que abre una puerta subterránea al infierno.
“Claro que sí, patrón.
Como usted diga.” Le contesto Juanito muy diligentemente y con voluntad de
apostolado. Y se fue San Pedro, pues tenía junta con los 24 ancianos y reyes.
Pues ahí está Juanito repitiendo como oración la enseñanza del Apóstol, para
no equivocarse y hacer bien. Y se decía “Al que coja la Biblia, le abro las
puertas. Al que coja el dinero, le apachurro el botón, y al infierno.” Finalmente
se acerca el primer peregrino y Juanito dice en silencio: “Listo! Estoy
preparado!”
Llega el primero, y le dice y pregunta: “Hola, soy Juanito y estas delante
de la Puerta de los Cielos, peregrino. Hay una última prueba y decisión que
tienes que tomar. Es solo por garantía pues las cosas están muy mal en la
tierra. Hay una epidemia de maldad. Escoge, que quieres llevar para entrar al
cielo, la Biblia, o los Petrodólares?”
El primero escogió bien y entró, y se abrieron las puertas del Cielo…, ángeles
cantando, una fiesta impresionante, risas, alegrías, y un olor a rosas dulces y perfumadas encantadoramente.
El segundo llega, y Juanito le repita la historia y le pide que escoja. El
hombre, de muy buen ver, educado, elocuente y estudiado como el que más, comenzó
a abrir las páginas de la Biblia y a leer esos pasajes tan hermosos que todos
conocemos: “’El que habita al abrigo del Omnipotente, morará bajo la sombra del
altísimo. Diré yo a al Señor, Castillo mío, mi roca en quien confiaré…’ Que
hermosos los Salmos. ‘Yo no he venido a Condenar al Mundo, sino a Salvar al Mundo,
para que todo aquél que crea en el Hijo del Hombre sea Salvo por Él.’ El evangelio
de San Juan es hermoso, pondré un separador para leerlo después. ‘No me veréis,
hasta el día en que digáis, -Bendito el que viene en el Nombre del Señor, Yehaad-’
las promesas del Cristo, Jesús, unigénito del Padre, tan hermosas.” etc., etc.,
etc. En fin, y cada que leía un versículo, pues ponía uno de los billetes que
estaban del lado del botón rojo. Juanito estaba preocupadísimo, y no sabía qué
hacer. Estaba alarmadísimo, pues San Pedro no le había dado instrucciones para
este momento, cuando un hombre escogía la Biblia, y ponía los petrodólares como
separadores entre las páginas de la Biblia. En su ingenuidad, y ante tan difícil
prueba, decidió persignarse y escoger lo que creía que Dios le pedía, y sin
titubear tomo la decisión, y comenzó lentamente a mover el brazo hacia la
palanca blanca, le felicitó, y le abrió la puerta de los cielos. Los cielos se
abrieron, se despidió muy cordialmente el peregrino, y entro cantando y feliz.
En fin, Juanito se compuso después de tanta conmoción en su corazón, y tomo
un poco de la copa de vino y el pan que le habían traído los ángeles para tan
ardua labor, como decía él: “poseedor de las llaves de las puertas del cielo es
una gran responsabilidad, ayúdame Señor que soy él menor de tus siervos”, que
era propiamente el titulo de San Pedro, y que él, Juanito, ejercía en su
ausencia.
Finalmente llega san Pedro, y le cuenta lo sucedido. Y Juanito le dice: “Patrón,
el primero, lo envié al cielo, y el segundo también, pero algo pasó que me
causó una confusión tremenda…”. “Dime, Juanito, que sucedió?” le dijo en un
tono compasivo San Pedro.
Y Juanito le dijo: “Resulta Señor que este hombre comenzó a leer la Biblia,
y cada página donde veía un versículo precioso, le ponía un billete como papel
separador, para volver a releerlos, pues así decía, en su expresión se veía que
le gustaban tanto. Y Yo, pues no sabía qué hacer ante este hombre, si pulsar el
botón, o abrir el Cielo, y pedí la luz de Dios, y le abrí! Parecía ser un
hombre tan lleno de amor y piedad…”
San Pedro le dijo, “No te preocupes, Juanito, no es el primero que se nos
cuela. Ese era el último que se arrepintió de adorar el dinero, pero como ya
tenía la costumbre de hace milenios… En fin, que no hay nada que hacer cuando
el Señor decide.” Y San Pedro le contó lo que había sucedido adentro, en la fiesta
del Cielo, razón por la cual dejo la junta y volvió a ver qué estaba haciendo
Juanito.
San Pedro le contó a Juanito lo que había sucedido en el cielo, pues había
habido una gran conmoción en el cielo con el segundo peregrino, el que Juanito
había dejado entrar. San Pedro le dijo: “Hijo mío, cuando el segundo peregrino
entró, y cuando se dio cuenta que aquí no existe el dinero, y vio como todos se
reían de él, pues se avergonzó mucho y se arrepintió. Por eso venía a ver que
estabas haciendo, pues lo haces muy bien, hijo mío. Últimamente están entrando
muchos de estos y hay que estás atentos. Parece que Dios está perdonando a
todos los que se arrepienten y nos estaban lloviendo últimamente. Hiciste un buen trabajo, hijo mío”. San Pedro concluyó la lección con estas
palabras llenas de sabiduría:
“Hay mas gozo en el Cielo por un pecador arrepentido, que por cien justos!”