REFLECCIÓN
Si acusas a los demás por los pecados que cometieron
contra ti, y les dices que se arrepientan, y que se postren delante de ti;
no haces la voluntad del Padre. El Padre es el Hijo. El Hijo perdona.
El diablo, por el contrario, acusa. El diablo acusa y
pide que nos postremos delante del, llenos de culpabilidad. El Hijo, por el
contrario, nos quita la culpabilidad
perdonando nuestros pecados.
¿Por qué entonces hay personas que dicen acusar en el
nombre de Dios, y piden que nos postremos delante de ellos, y les pidamos
perdón? Nos gritan, nos acusan de pecados antiguos que cometimos contra ellos.
O, inclusive, nosotros mismos tenemos esa conducta e increpamos a otros con los
pecados que cometieron contra nosotros.
Vuestra lucha no es contra carne y sangre, sino contra
huestes, principados y potestades de maldad de las regiones celestes. Si no
perdonamos, todos somos como el diablo, llenos de acusación y condenación
contra nuestro prójimo, e inclusive en contra del mismo Dios.
¿Por qué acusamos con el diablo? La razón pos la que actuamos
así, es porque tenemos pecados de odio y rencor antiguo. O sea, no hemos dicho
en nuestro corazón las palabras de Jesús: “perdónales padre porque no saben lo
que hacen”. En lugar de decir eso, juzgamos a nuestros hermanos, los
condenamos, los acusamos, y mantenemos ese tipo de interacción en la familia. Y
sucede que donde una de esas personas vive, transforma su entorno para
convertirlo en un salón de la inquisición, lleno de acusaciones, gritos,
increpando, gritando, condenando, y haciendo sentir culpable a todos los que
están cerca de él.
La pregunta es: ¿por qué hay gente así?
Pues porque aun no se han perdonado así mismos. Cuando alquilen
acusa al prójimo, en verdad se acusa así mismo. En otras palabras, es una mente
enferma que necesita el perdón de Dios para sí mismo, y de esa forma, cuando se
perdona así misma, puede perdonar al prójimo. Son almas que reclaman y piden
justicia divina y juicio.
Esas son las enfermedades mentales. Las enfermedades
mentales son enfermedades del corazón y de la psique. Están enfermos llenos de
dolor, viviendo en el pasado. Y lo que
viven y sienten cada hora de cada día, es lo que quieren que sintamos todos. En
pocas palabras nos están invitando a vivir en tormento, en el infierno, el purgatorio que
viven cada día. Son almas desoladas por el pecado, y requieren acudir a Dios
para pedir que les perdone a ellos mismos. Un ejemplo de esto lo tenemos a la
hora de la muerte de Jesús, donde hay dos ladrones, el malo y el bueno. ¿Por
qué un ladrón es malo, por qué otro bueno? Pues porque el “bueno” reconoce que
es pecador y que merece todo lo que le está sucediendo, y porque reconoce que
el único Santo, sin mancha, que no merece castigo, es Dios mismo en la persona
de Jesucristo.
Lo mismo vemos con Job, que siendo hombre justo, y
sabiendo que todas las aflicciones que vivió, eran pero una apuesta entre el Diablo
y Dios. Job, no obstante, se reconoce así mismo como pecador, y dice: “De oídas
te había oído, mas ahora mis ojos te ven. Por tanto, me aborrezco, y me
arrepiento delante de ti.”
Solo Cristo calma la sed de
Justicia del hombre.
El alma humana nunca va a encontrar satisfacción para
calmar sus apetitos de justicia, más que cuando uno se reconoce pecador, y
confiesa que solo hay un santo, un cordero inmolado, un solo bueno. Ese bueno
es Dios, Jesucristo. Nosotros NO somos buenos, solo Dios es bueno. Esa es la
medicina que sacia el apetito por la Justicia de Dios, la Cruz de Cristo. El es
el único que no merece castigo, no obstante toma en si el castigo que todos
merecemos. Todos merecemos una muerte de Cruz. Él es el único que no merece
esta muerte de Cruz. ¿Quién es él? Jesús, Dios Padre.
Arrepintámonos pues de haber matado a Dios en nuestro
corazón, y reconozcamos que todos tenemos pecado. Y el que no tenga pecado, que
arroje la primera piedra.