Friday, September 24, 2021

Sobre la unión hipostática entre Cristo y María

No solo es corredentora, como San Pablo y la Iglesia que con sus sufrimientos completan lo que falta a la Pasión de Cristo, sino por la unión hipostática entre el Verbo hecho carne y María. María es sangre de su sangre, carne de su carne, María, esposa, madre e hija del único Dios verdadero. Esposa quiere decir que su esposo y ella son uno solo. En tanto que Madre esa unión hipostática entre ella y su Dios se hace inclusive más patente. En tanto que hija, es fruto de su Padre, Dios.

María Inmaculada es un misterio de la unión que anuncia Dios entre Cristo y su Iglesia. Por tanto, podemos decir también que entre la Cabeza y el Cuerpo hay una unión hipostática por medio del Espíritu Santo, el fundamento y origen que nos une con nuestro creador, así como María Inmaculada fue asunta al Dios del Cielo.

Gracias Padre por darnos una Madre tan hermosa, tú esposa, tu madre, tu hija. Gracias Señor. 


Inspirado en:


De la Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano segundo
(Núms. 61-62)
LAMATERNIDAD DE MARÍA EN LA ECONOMÍA DELA GRACIA

La Santísima Virgen, desde toda la eternidad, fue predestinada como Madre de Dios, al mismo tiempo que la encarnación del Verbo, y por disposición de la divina providencia fue en la tierra la madre excelsa del divino Redentor y, de forma singular, la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando él moría en la cruz, cooperó de forma única a la obra del Salvador, por su obediencia, su fe, su esperanza y su ardiente caridad, para restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por todo ello es nuestra madre en el orden de la gracia.
Ya desde el consentimiento que prestó fielmente en la anunciación y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta el momento de la consumación final de todos los elegidos, pervive sin cesar en la economía de la gracia esta maternidad de María.
Porque, después de su asunción a los cielos, no ha abandonado esta misión salvadora, sino que con su constante intercesión continúa consiguiéndonos los dones de la salvación eterna.
Con su amor materno, vela sobre los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y que se encuentran en peligro y angustia, hasta que sean conducidos a la patria del cielo. Por todo ello, la bienaventurada Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de abogada, auxiliadora, socorro, mediadora. Sin embargo, estos títulos hay que entenderlos de tal forma que no disminuyan ni añadan nada a la dignidad y eficacia de Cristo, único mediador.
Ninguna criatura podrá nunca compararse con el Verbo encarnado, Redentor nuestro. Pero así como el sacerdocio de Cristo se participa de diversas formas, tanto por los ministros sagrados como por el pueblo fiel, y así como la única bondad divina se difunde realmente de formas diversas en las criaturas, igualmente la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas diversas clases de cooperación, participada de la única fuente.
La Iglesia no duda en confesar esta función subordinada de María, la experimenta continuamente y la recomienda a la piedad de los fieles, para que, apoyados en esta protección maternal, se unan con mayor intimidad al Mediador y Salvador.

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