La verdad es que no somos dueños de nada, más que de nuestro amén, o desamén.
No somos dueños ni del amor, ni de la vida, ni de la belleza, ni de las flores, ni tampoco del canto y alabanzas.
No somos dueños ni de nuestro cuerpo, ni emociones, ni inteligencia, pues todo aquello creado por su mano es perfecto, y es de él. Nosotros sólo tenemos nuestro amén, o la ausencia de aquel.
No hay palabras más sabias pronunciadas por humano alguno, que aquellas que dicen amén, he aquí la esclava del Señor, hágase en mi según su palabra.
Amén, lo resume todo.
O sea, que “perdón, por favor y gracias” no son las palabras que abren todas las puertas; pues la puerta del Cielo se abrió con el Amén de María Inmaculada; el fiat, la confianza de María Inmaculada en la Palabra de Dios. Bendita sea tu morada por siempre, Señora de los Cielos y la Tierra, la única Madre del Único Dios Verdadero. Hija, Esposa, Madre del único Hijo de Dios, que desde que él es, o sea, siempre, ya te tenía en lo más profundo de su corazón. María, tú eres la obra más perfecta y más bella que jamás Dios creo, la más hermosa, la más pura, la más bella. Enséñanos a decir amén como tú dices amén a él.
Tuyo en Cristo,
Pax
No comments:
Post a Comment