¿Quién es él?
No es solo un personaje salido de un libro, es el resucitado.
Había oído hablar de él, pero no le conocía. A causa de mi madre decidí leer los libros que hablaban de él, los evangelios. Y había ciertas cosas que me llamaban mucho la atención, su forma de hablar, pues hablaba diferente a todos. Y sus seguidores también, pues no maldecían. Eso de Pedro, que maldijo para que no le reconocieran como uno de sus discípulos, me llamó muchísimo la atención y pensé que esa era la forma de hacerme uno de sus seguidores, no maldecir, pues dentro de mi había nacido un deseo de conocerle. Tenía ganas de conocer a aquel que hablaba tan diferente y cuyos discípulos se caracterizaban por no maldecir. Fue entonces cuando nació en mi ese deseo, el dejar de maldecir. Ya no quería usar palabrotas, cosa muy común entre nosotros, los jóvenes de la Ciudad de México.
Un caminar sin maldecir fue todo un ejercicio, pues parecía como si hubiese dejado de ser yo, y hubiese perdido mi carácter, mis fuerzas. Delante de mis compañeros y amigos yo había perdido algo, un poder, ese poder que te da carácter al hablar, y que hace sentir una especie de autoridad entre aquellos que te rodean. Como consecuencia note que comenzaban a hacer burla de mi, y como no respondía en genero, maldeciéndoles de vuelta, me había hecho débil delante de ellos. No obstante me alegré, pues había conseguido ser como uno de sus discípulos, rechazado y odiado por su causa. Ya era débil delante del mundo, y era perseguido por el simple hecho de no maldecir. Ellos esperaban una respuesta en genero, pero yo aprendí una nueva forma de hablar, donde en lugar de maldecir, tendría que hablar de forma diferente, cosa que me costo mucho trabajo, pues era difícil comunicarse sin usar maldiciones, y además sufrir el rechazo de mis compañeros y amigos por querer ser diferente a quien era. Y más rechazo aún cuando hablaba de él, y sobre todo cuando decía: la sangre de Cristo me cubre, que es algo que solía decir mi madre. Todo esto sucedió cuando tenía unos 18 o 20 años, pero aún no conocía a aquel personaje del libro, al Jesús de los evangelios, a quien estaba buscando, a quien quería conocer.
Muchas más cosas sucedieron, y parecía como si me hubiese vuelto loco, pues estaba obsesionado con Jesús, aquel personaje del libro, de los evangelios. Yo leía y leía la Biblia para conocerle. Los evangelios eran principalmente aquel libro que te dejaban conocer a ese personaje tan diferente, cuyas palabras eran como las de ningún otro, aquel a quien tenía tanta sed de conocer. Ya me había hecho una imagen de él, y recordaba muchas cosas que decía, pues sus palabras comenzaban a quedarse grabadas en mi memoria. No obstante, aún no le conocía.
Finalmente un feliz día me habló directamente a mi y me dijo las mismas palabras que ya le había oído antes hablar, “no lleves dos pares de sandalias, ni dos pares de túnicas, ni bastón, ni cinturón.” En efecto, me había hablado dentro de mi alma. No puedo olvidar ese encuentro, cuando sus palabras resonaron en todo mi interior. Mi alma, como una catedral inmensa y vacía retumbó con el sonido de sus palabras, las cuales aún resuenan en mi memoria. Su voz tan fuerte, tan potente, que procedía de todas partes, se había dirigido a mi, indudablemente a mi. Al oír sus palabras quise obedecerlas y para ello tenía que entender lo que me estaba pidiendo, cosa que era difícil, pues cuando me las dijo estaba solo, en una carretera, caminando descalzo, con unos pantaloncillos y una camiseta, y una Biblia. No había nadie ni nada, solo una carretera vacía y un asfalto ardiente bajo mis pies, y sus palabras. No podía entender por qué me pedía lo que me pedía, pues no tenía ni sandalias, ni túnica, ni bastón, ni nada, más que una Biblia Reina Valera, que me había dado un buen hombre en el pueblo que había dejado atrás. Meditando mucho en sus palabras recordé el pasaje de Abraham, donde le pidió que entregase a su hijo, que era lo más valioso que tenía Abraham, y llegué a la conclusión que Dios quería que yo hiciese lo mismo. Jesús quería que confiase plena y totalmente en él, y para ello me pedía que dejase atrás la Biblia, tan precioso libro donde le había conocido, en la misma forma en que Abraham había entregado a su hijo. Entendí que él pedía de mi, mi entrega total y que pusiese toda mi confianza en él, y después de meditar eso hice, y dejé la Biblia en el camino. Fue en este momento, en 1981 cuando decidí confiar en él y mi vida cambió, pues ahora confiaba plenamente en él. Seguía siendo un pecador, pero ahora era un pecador que confiaba en Dios.
A partir de ese día tan memorable para mi, fue cuando comencé un nuevo andar con él, como aquel que está plenamente consciente que está delante de la presencia de Dios todo el tiempo. Al poco, recibí el Sacramento de la Confirmación, y ahora ya no estaba solo. Aquel personaje que había salido del libro estaba ahora presente en mi vida, día y noche, en todos mis caminos, e inclusive presente cuando pecaba. Él siempre estaba conmigo. No siempre me sonreía, y en veces muy serio y ofendido, pero siempre presente en todos mis caminos y haceres, en mis días y en mis tinieblas. No obstante, aún no le conocía. Confiaba en él, pero no le conocía aún.
Pasaron diez años de caminar y de pecar, de búsqueda estando perdido y apartado de la Iglesia, incursionando por diferentes caminos, y barrios, emigrando de un lugar a otro, e inclusive perdiendo totalmente la fe en Dios hasta convertirme en ateo. Ya no creía en aquel que me había llamado. Estaba solo, y más solo que nunca, pues aquel Jesús que hace diez años había encontrado, ya no existía, y todo había sido una gran mentira, un engaño. No obstante, una señal en el Cielo, una conjunción de estrellas, Venus, Marte y Jupiter en 1991, formando un triángulo perfecto en el Cielo, hicieron que recordase un sueño que había recibido de él, hacia tantos años. En el sueño yo decía a los planetas en conjunción unas palabras del evangelio, aquellas que Jesús dijo a los Judíos, cuando les dijo que no le verían hasta el día que dijesen: Bendito el que viene en Nombre del Señor. Y en efecto, como en aquel sueño, decidí pronunciar esas palabras ante aquel evento celeste, en espera que se cumpliese el sueño, pues en el sueño cuando decía estas palabras, dos aces de luz salían de los planetas dirigidos a mi. Y así fue, dirigí esas palabras a las estrellas en conjunción, y me fue revelado algo, tal cual Jesús había dicho a los Judíos, y vi a Dios, aquel Dios en quien ya había dejado de creer. Esos aces de luz, revelación que alumbró mi tenebrosa alma fueron estas palabras: el Verbo se hizo Carne y Pan.
Dije las palabras en voz alta dirigiéndome a las estrellas en 1991, tal cual en aquel sueño del pasado. Fue entonces cuando no solo volví a creer en Dios, siendo que era un ateo por convicción, sino además necesitaba ir a confesarme para poder recibirle a él en mi vida. Dios había vuelto de repente, en un instante, al pronunciar estas palabras había sido restaurada mi fe, y el ateísmo había colapsado. Ahora sólo quería ir a comulgar, a recibir la Eucaristía, pues el Verbo encarnado, Jesús, Dios omnipotente, era pan. Quería comerle y recibirle. Tenía tantas ganas de regresar a él. Finalmente había conocido a Dios y sabía quién era, y donde estaba. Y así fue, lo hice, y viajé a España, donde mi padre, y me confesé en la Parroquia de los 12 apóstoles y recibí a Dios en mi interior, después de tantos años de haberle buscado. Esto fue en 1991, en Madrid.
Muchos años han pasado, y finalmente, al cabo de 20 años he comenzado a rezar El Rosario cada día, el cual me está ayudando a vencer al pecado, el cual no se ha apartado de mi, y al cual estoy venciendo poco a poco. Voy a confesarme cada mes, a Misa cada semana, y rezando cada día. Finalmente él me ha dejado conocer a su madre, María, y es ella ahora madre y amiga que me guía para poder agradarle. Y ahora se que conocerle es amar al prójimo, y que cuando no amo al prójimo, no lo amo a él. Ahora le conozco, pero no le amo a perfección pues aún peco ofendiendo a mi prójimo, que es donde él habita. Conozco a Dios, pues le he visto, y le veo cada semana en la Eucaristía, humilde, Crucificado, hecho pan para darnos de comer la Vida Eterna y la Resurrección, que es él mismo.
Aún no he llegado a la meta, pero algún día llegaré. Y así como Dios es infinito, pienso que también me va a tardar una eternidad poder conocerle tal cual es, pues es muy grande. Pero quizás me equivoque, y así como me dejo conocerle en un instante, cuando se me reveló como Verbo encarnado hecho pan, así, de repente y en un instante se muestre, y se cumplan las palabras del discípulo amado, y cuando le veamos cara a cara, seremos semejantes a él, como Dios mismo, como hijos adoptivos de Dios, pues le veremos tal cual es.
Quiero verte, tengo insaciable sed de ti, Señor Jesús. Nos vemos en el confesionario y en la Eucaristía.
Por nuestro Señor Jesucristo, a él sea todo el poder, la gloria y alabanza, por los siglos de los siglos. Amén.
No comments:
Post a Comment